jueves, 3 de diciembre de 2009

Las noches de el Mesías...


Una noche del Mesías es una tipo stargate a un mundo de cuatro por cuatro con más colores que el infinito cotidiano, es como cerrar los ojos y clausurar los oídos a la realidad del diario, como salirse del mundo por un par de horas para no volverse loco.

Siempre aparece de la nada, se exilia en silencios como siglos y de pronto, un día, lanza una botella al mar con un mensaje: hora y fecha... sólo resta acudir al encuentro, resarcir la maravilla.

El centro de la noche son sus ojos, obsidianas enredadas detrás de sus pestañas. Negros. Abismáticos desfiladeros en los que me paro de puntillas, como para no caer. Ojos azarosos. Una mirada suya es como lanzar una moneda al aire, nunca sabes de qué lado va a caer, si te va a saber gloria o a culpa.

No sé qué tan humano sea en el diario, detrás de qué hombre gris esconda su poderío... a veces me gusta imaginarlo fuera de esa caja de pandora donde se han fundado la mayoría de mis recuerdos. Al vivirlo así quizá lo pensaría de otra forma, quizá descubriría al Dr. Jekyll detrás de un maravilloso Mr. Hyde y él encontraría en mí a una Edith Piaff en el declive detrás de la gigantezca veinteañera.

Así, como se ve, es un incendio, es convertirnos en un par de Nerones cuando Roma es del tamaño de un colchón.

Lo que nos hace la noche es que ésa habitación parezca un agujero negro que nos transporta a otra dimensión. Es como si yo fuese un personaje de película en blanco y negro y con cada roce, como piedrita cayendo al agua, me inyectara color hasta quedar completamente luminosa.

Una noche con el Mesías es perder el miedo a estar desnuda, es ser vulnerable sin saberlo, sin sentirse presa o blanco de los golpes que resultan de ciertos besos. Es no saber que se siente justo cuando se está sintiendo, es sólo cerrar los ojos, dejarse ir, tenderse en una playa morena a escuchar el mar... dejar que su risa borre nubarrones.

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