viernes, 20 de agosto de 2010

Él


Él atraviesa la calle, sale de lo oscuro y camina hacia mí como delineando la luz en esa bocanada de oscuridad, en la noche. Y como si su paso fuera el detonante de algún candelabro, la acera se ilumina. Un paso, otro... poco a poco llega a mí. Él, cadencioso siempre, me envuelve primero con los ojos, después con los brazos y su cuerpo entero termina la faena. Las noches con él son una carcajada sonora, son mis ojos inyectados de luz, empequeñecidos de ternura y abiertos, siempre abiertos como bocas enormes, devorando cada uno de sus movimientos, anotando minuciosamente cada gesto. Así recorre todos mis sentidos. Mis manos palpan cada una de sus texturas, memorizándolas. Mi boca voraz, le devora cada milímetro de piel, de idea. Mis oídos distinguen hasta el más mínimo de sus latidos, al grado de poder clasificarlos. El olfato ha elegido su sitio, el lugar que define su aroma: los escasos milímetros que forman el puente de su labio superior cuando me besa. Me gusta perderme en él, en el laberinto de sus misterios, en los pasillos decorados con arquetipos en su cabeza... me gusta escucharlo hablar, su voz me tranquiliza, me vuelve etérea como nube, volátil. Después, con su beso me trae de vuelta a la carne y al hueso. Su beso... ese golpe que me irriga sangre. Él, mi mago, mi tritón, mi solar, entusiasmo que no me cabe en el cuerpo y me estalla en los ojos, desbordándose. Él, espiral, caracol, el Lázaro de mis metáforas oxidadas, un universo lleno de constelaciones atrapado en lo humano... él.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Mago


Ese día amaneció nublado, no sé bien si afuera o adentro, y transcurrió gris, rutinario, tan medianamente bueno que apenas recuerdo pinceladas gruesas de sus horas.
Llegó la noche, terminaron mis diez horas de tedio, pero aún restaban deberes y, como siempre, me dije "son sólo dos horas más, que quizá pasen ligeras con un par de cervezas"... Usted sabe cómo soy. Entré, el bar sólo y sólo él... ahí, sentado frente a la silla del exilio, la que me hace estar con todos pero ajena. Tenía un whisky que no era whisky (según posterior explicación y tardío entendimiento)por único adorno en la mesa y en la cara. Comenzó el circo, lancé las primeras notas con su rostro aún ajeno y él ajeno a mi voz. Después de algunos zarpazos torpes, tratando de adivinar su soledad, conseguí sus ojos. Se levantaron, poco a poco, como un sol que no quiere amanecer, desató su mirada de la mesa y me fue regalando lapsos de ella cada vez más prolongados. Tenía una tristeza que todavía no adivino y que aún le aparece a ratos. La pausa fue larga, un par de cigarros al ras del suelo con mi atención completamente puesta en él y repitiéndome "lo sabía, carajo, lo sabía"... aunque no sabía exactamente qué, si el hecho de conocerlo, que la noche sería divertida por sólo mirarlo, o si nada más me quedaría intrigada, tratando de deshebrar su historia, como a veces me pasa con esta obsesión de hallar letras en cualquier lado.
Esa noche, un beso y algo de plática. Días después alguna llamada, un citatorio incumplido y una película que me pareció buena hasta que la descubrí en sus letras, con personajes que significaron algo para mí hasta que él los definió. Después, café y una carretera que se torció en laberintos para encerrarnos en la ciudad y que no saliéramos disparados a no sé dónde, yo creo que para no volver. Esa noche fue mi voz, mis filias y mis fobias, mis nombres y mis anonimatos, y un silencio casi cómplice del lado del piloto, que en ese momento no supe si interpretar como comprensivo, como condescendiente o como mera contención. Al final, uno de los mejores viajes. De vuelta a casa con un gesto indefinido y con la duda de si lo que sucedía era cierto clavada en los ojos, dormí y decidí dejar que el tiempo, la quimica o cualquier cosa que no fuera yo, decidiera la respuesta. Quince silencios multiplicados por veinticuatro pasaron antes de que volviera a aparecer, en el mismo bar, en el mismo día... me envolvió en su beso y su abrazo curó un frío de años. No sé cuál de las tres tuvo un arranque de celos, si mi soledad, la suya o la vida, desencadenando una serie de accidentes como para empedrarnos el camino... pero él siguió y yo seguí, aunque apenas estemos descifrando porqué.
Lo siguiente que recuerdo... usted sabe de mi memoria... es el atardecer de un sábado, vino tinto, él... él. Su beso, sus manos trazando carreteras en mi piel y después recorriéndolas con la lengua como para borrarlas, la noche en su abrazo, una mañana con sol, los tenues minutos que nos duró la ropa puesta, alguna película que no entendí muy bien, pero cuyo título me hizo recordar algo que había olvidado, como dejándome secar... la fuente de la vida es eso, la vida, permitirse vivirla sin evitar nada de lo que ocurra, sin ir esquivando dolores o evitando caídas, cerrando los ojos a las maravillas, a la luz por miedo a después tener que prescindir de ella, es el vértigo de su beso, la contracción en el vientre cuando sé que voy a verlo, es sentir que vuelo y caigo, como poco a poco me rompe, me dobla y mirarme cada vez más en sus ojos... es saberlo aquí cuando no me lo esperaba, habiéndolo esperado por tanto y tanto tiempo.
Él es mago ¿sabe?, anoche, después de hacerme el amor, me tiró las cartas en la cama y con cada una iba describiendo una parte de mi vida, como leyéndome mis propias páginas y después, cuando me supo hipnotizada, me hizo el amor de nuevo. Construye castillos etéreos sembrados en la tierra, me moldea, como una muñeca de barro y miel.
Él es un terremoto, un derrumbe inesperado, pero de algún modo previsto, me desescama, poro a poro, me colorea, beso a beso, recoge con su cuerpo cada miedo, cada duda, me ahoga en su calor sin etiquetas, me revienta en su sonrisa sin prejuicios, me hace suya sin atarme...
Yo sé que usted entiende, hágale saber todo esto si un día lo ve, dígale que necesito las aves de sus manos...