miércoles, 26 de octubre de 2011


Los días siguen corriendo, más de una centena y contando. Entre tú y yo nunca hubo mentiras y no voy a empezar a decírtelas ahora... La cosa en general no ha cambiado mucho desde ese día, y me resulta increíble e imposible de entender cómo se acostumbra el mundo a los huecos que va dejando el tiempo, y cómo nos acostumbramos todos a las ausencias, cómo aquel evento inverosímil y que se creyó inasimilable se digiere en lapsos lentos y pasmosos, avanzando un milímetro cada día, pero avanzando al fin. Ahí vamos todos, acomodando los huesos a las nuevas circunstancias, forzando al imaginarium a esta adaptación inminente, absurda, a este error de dios... de ése dios que no merece más tener un nombre propio. No, básicamente es lo mismo, pareciera que veintinueve años son sólo una brisa, una ventisca que pasó como por accidente en estos rumbos de la Vía Láctea, salpicándonos con sus polvitos celestes... y protesto, protesto irreductiblemente porque tú no puedes ser clasificada dentro de lo general, y algunos de los que nos quedamos tampoco, aunque vivamos en un mundo tan "inclusive" y enrolados en personajes no tan extraordinarios.

Ambas sabemos ahora, siendo más sensatas, que a lo largo de esta cuasi década nos encontramos varias veces y no pudimos entender los ojos ajenos, esa distancia horrorosa y que parecía infranqueable entre las dos. Creo que eramos las mismas, nada más que más reales o menos deslumbradas, no sé cuál descripción sea la mejor. No sé tú, pero yo anduve cargando ese costal por mucho tiempo, queriendo acercarme de nuevo sin siquiera intentarlo... creo que nunca dejamos de significarnos la una a la otra, a lo mejor por eso nos resultó tan difícil vernos un poco diferentes de esas muchachas universitarias que se comían el mundo con un café y un cigarro en Casa Terán.

Ya debes saber cómo está todo, me conoces bien y supongo que dirás "Me desaparezco un ratito ¡y ve nomas el desgarriate que armas!" y tienes razón, aunque quizá debas entender que a veces tus atropellados cambios nos dejan dando vueltas como pirinolas sin saber en qué caraja cara caeremos. Así es, aquí estoy después de casi diez años de salvaguardar mi libertad, de pelear a puño limpio por las durísimas espectativas que tejimos en nuestros mejores días, sabiendo que no llegué (al menos hasta ahora) a ser esa admirada teórica de la literatura ni a vivir de la pluma en cualquiera de sus presentaciones, y que sigo sin tener ese departamento, lleno de libros y con decoración de revista en alguna de las colonias viejas que tanto nos gustaban, sintiendo en ocasiones que esas ilusiones se convierten en los jueces más recios, en partes de una Dafne que me mira con gesto de desaprobación. Sigo aquí y sigo viva, ahora incluso por dos o por tres o por cuatro, por ti, por mí, por él, por todos.

Han sido meses de desastre desde junio, de cambios y cambios y cambios y giros y giros y giros, pero bien dicen que lo que está roto también está abierto, listo para la siembra y me queda claro que a la vida no se le va una. No sabes cómo he tratado de acolchonar tu reciente circunstancia, cómo te hablo y te cuento y me desenredo esperando que me oigas, porque tú sabes, porque no tengo y nunca tuve que explicarte... porque siempre tienes la palabra exacta y me dices lo que necesito oír sin ser condescendiente. No quiero decir que me haces falta, porque no quiero sentirte ausente... no te canto porque todavía la voz no me aguanta y no sé qué puedo decir sin romperme. Nunca me ha gustado instalarme en la tragedia, ya lo sabes, pero en ese mes no pude escaparme de un par de guarapetas escandalosas (que sufrieron todos menos yo) y todavía me niego a hablar de ti como si no estuvieras y a llorar el no haber tenido ese sábado porque no quería y no quiero despedirme, porque prefiero pensar que cuando a mí me toque, tendré menos miedo sabiendo que estás ahí y que ya conoces el terreno, de todos modos siempre fuiste la menos despistada.

Ayer me hicieron enfrentar todos estos cuatro meses y lloré y solté y entendí y protesté por enésima vez, sin saber si pedir perdón o perdonar, y él me abrazó como si pudiera verme por adentro y lo supiera todo y me dijo que me amaba y que ya no hay soledades que valgan y sentí toda su protección y el universo ensanchando mi barriga. Soy feliz, por ti y por mí, porque te sé conmigo aunque a veces no entienda tus procesos, porque ahora sé que todos mis aciertos, mis errores, mis virtudes, mis defectos, mis empeños y desidias, mis triunfos y mis "logros no logrados" me trajeron al punto en el que estoy parada, a mi vida llena de villaneces y heroicidades, a él, a sus brazos y al inesperado y fantástico proceso de ser madre... No sé si soy clara, si he sabido o alguna vez supe decirte lo mucho que te quiero, creo que esta es mi manera, muy a lo James Joyce, de decirte que soy feliz también porque te lo debemos todos.



No hay comentarios:

Publicar un comentario