viernes, 16 de octubre de 2009

Crónica de un día...




(Por el cansancio)




Te levantas. Te faltaron como diez horas de sueño y sabes que vas incrementando la deuda que ya cuenta años entre sus números rojos. Por más que te ahorras ovejas no te alcanza el tiempo y lo único que logras es sentirte más y más cansado, más y más revuelto, más y más y más y más… y cada vez menos entusiasmado por nada.

Te metes al baño y después de observar detenidamente por unos momentos tu semblante hinchado, los ojos inyectados de cansancio e inevitablemente pensar “¡qué jodido estoy!”, abres la regadera en un acto de valentía y te lanzas al interior. La limpieza revive muertos. Te vistes como autómata, apenas distingues los colores de la ropa que te pones y a tientas tomas el celular, las llaves y demás aditamentos imprescindibles durante el día… siempre, según tú, cargas lo mínimo indispensable, pero esa mochila pesa como la peor de las culpas, más a esta hora.

Sales a la calle, el aire, siempre frío, te da en la cara como queriendo despabilarte un poco más. Comienza el día.

Las horas pasan lentas pero fugaces, no piensas en otra cosa que en terminar lo que en ese momento haces, con la cabeza en todo lo demás que estás dejando de hacer por dedicarle tiempo a una sola cosa. Vas de la computadora a los papeles, de los papeles al trabajo extra, del trabajo extra a los compromisos pendientes, de los compromisos otra vez a la computadora y así sucesivamente. Tu horario se ha vuelto el peor de los enemigos, quisieras agregarle más horas al reloj, al menos para utilizar las pocas que inviertes en dormir y darles algún provecho.

Por si el ajetreo fuera poco, a veces la vida se empeña en hacer que todo salga mal o medianamente bien. Vas librando obstáculos, a veces de pie, a veces a gatas. La desesperación se apodera de tu estómago y llega el mal humor. Tus ojos se ponen oscuros, no tienes ni dos minutos en cualquier lugar cuando ya quieres irte a otra parte… se llama hastío. Como si todo se empeñara en apagarte, en volverte un cúmulo de engranes funcionalmente ensamblados.

Miras a tu alrededor y casi envidias las vidas ajenas, las que tienen tiempo, las que aún no perdonan el café vespertino con una buena charla… ¡Hace tanto de eso! No queda más que aguantar e intentar dar el ancho a todo lo que tienes encima, con esfuerzos sobrehumanos o inhumanos ¿qué lo define, la resistencia física, las ganas, el record Guiness, las ojeras, el enojo o el grado de aislamiento-soledad alcanzado?

A ratos tienes chispazos de energía, de euforia, se te escapa alguna risa como una explosión y te reconoces en ella, entonces tus ojos vuelven a ser los mismos de antes, aunque sea por una milésima de segundo. Notas en la cara de los otros la satisfacción de haberte traído de vuelta, gusto que les dura el resto de la noche. Después, la rutina vuelve a devorarte, a desaparecerte. Todos lo entienden, son víctimas de lo mismo en mayor o menor grado.

Vuelves a casa, aún falta cumplir con diferentes cosas… sabes que la noche otra vez será larga y el sueño corto… soñar, un verbo asesinado por el agotamiento. Trabajas sin siquiera chistar, la cama llama, pero hay prioridades y una encabronada necedad de mantener mil barcos a flote.

Por fin terminas y ves la cama como un paraíso desde hace tiempo ajeno, no deja de ser reconfortante, pero pareciera que ya no brinda el mismo alivio. Das una última visita al baño y te dispones a entrar en un estado de inconciencia completa, al menos por unas horas… y cuando eso pasa, si alguien pudiera ver tu cara, tu dormir con tal cansancio, entendería cuán grande eres.
Para mi Joe, por la plática de ese lunes agotador, afuera de semillones...

1 comentario:

  1. Fulita... en estos dìas me he preocupado por saber cuàl es la delgada lìnea que separa la tenacidad de la terquedad. En el camino andamos, dicen por ahi... me queda claro que, como dicen los Witwicky, no hay victoria sin sacrificios... Partiendo y concluyendo de esta idea... de algún modo TODO saldrá bien!! besote!! y siempre, siempre gracias.
    Joe...

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